"(...)Toda educación es
sexual, ya que en todos los procesos educativos se producen,
transmiten y negocian sentidos y saberes respecto de la sexualidad
y las relaciones de género."
(Morgade, G. 2011)
Los procesos de intervención con víctimas de violencia de género en nuestro país se encuentran establecidos en el Sistema de Protección planteado por el SernamEG (ex Sernam) el cual en su actuar trae consigo un fuerte proceso de victimización, correspondiente a “el proceso por el cual se construye, en cierta matriz de dominación, la figura mujer-víctima a partir de normativas, servicios, prácticas, dispositivos, relaciones, modos de enunciar, que tienen un efecto en los procesos de subjetivación” (Galaz y Guarderas, 2016, p.70). Esta construcción de la mujer como sujeto víctima produce una paradoja por un lado reproduce la idea de que la mujer que es víctima de estas situaciones responde a un imaginario sumiso ya que “se alimenta concepción de la mujer como un ser pasivo y dependiente, necesitado de protección.” (Izquierdo, 1998, p.6), lo que además desconoce la estructura cultural de desigualdades en l
Desde tiempos remotos ha existido una asimetría de reconocimiento respecto al “sexo” de la persona , es decir, se ha construido socio-históricamente una sociedad donde el hombre tiene un carácter superior en relación a la mujer. Esta jerarquización se ha ido legitimando a lo largo de los años, donde el rol de la mujer se asociaba a lo privado, a lo doméstico, el cuidado de los/as niños/as, los quehaceres del hogar, permaneciendo en un estado de sumisión frente a los hombres, y es que éstos últimos eran quienes tomaban las decisiones vinculantes, lo que conllevaba a que sus privilegios y necesidades predominaran.
De esta forma, en una sociedad patriarcal, todo lo relacionado a la mujer y a lo femenino, es menospreciado frente a lo que dice y hacen los hombres, por lo tanto, se da una "supremacía" de un sexo respecto a otro. Este dominio se expresa de diversas formas, en la repartición de trabajo, en lo salarial, en el reconocimiento social, en los cargos públicos, entre otros. Un claro ejemplo de esta asimetría es el hecho de que las mujeres tuvieron que luchar por su derecho a voto mientras que a los hombres sí se les reconocía ese derecho por el simple hecho de ser hombre.
Este cultura patriarcal es una las causas determinantes respecto a la violencia de género, puesto que, la opresión y violencia hacia la mujer, se relegaba a un espacio privado, es por esto que en los años 60, en Estados Unidos surge la disruptiva y, hasta hoy, célebre consigna de las feministas radicales que dice “Lo personal es político”, la cual pone en cuestión las fronteras establecidas por la dicotomía público/privado y la subordinación de las mujeres que esta división supone. Con esto, la violencia sexista pasa a ser una cuestión política y no algo privado que las mujeres deben vivir a puertas cerradas (Guerra, 2009). Posteriormente, en los años 70, el feminismo radical desarrolló el concepto de patriarcado para poner luz sobre este sistema de dominación sexual, buscando diferenciarlo del sistema de dominación económico (Guerra, 2009). "(...)Toda educación es sexual, ya que en todos los procesos educativos se producen, transmiten y negocian sentidos y saberes respecto...